He tenido la suerte de poder asistir a la vigésimo tercera Jornada Mundial de la Juventud que iba encabezada por el lema: “Recibiréis la fuerza del Espíritu, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos”. Ha sido realmente increible!!
Han sido 20 días de peregrinación agotadora, donde poco a poco el grupo se iba ampliando. Empezamos unos pocos de Madrid, seguimos formando un grupo de unos 500 de la diócesis encabezado por el Cardenal Rouco. Luego, nos juntamos con todos los demás hispanos para poder realizar multitudinarias catequesis en español. Y acabamos juntándonos unas 400.000 personas de todas las nacionalidades para la apertura de la Jornada y para, posteriormente, recibir al Papa en cada uno de los eventos organizados. Es fascinante ver la expansión de la Iglesia, cómo llega a tantos lugares recónditos del mundo. La gente te paraba por las calles para preguntarte de dónde eras e intercambiar tanto experiencias como cosas típicas de su lugar de procedencia. Era precioso poder aprender de personas de tan diferentes procedencias que habían trabajado duro e invertido tantísimo para llegar hasta Sydney. Todos convocados por una sola persona: el Papa y movidos por otra, Cristo.
El hecho de ser peregrinos nos ha enseñado a valorar y agradecer todo lo que tenemos, desde una cama y una ducha caliente a un plato de fritos.
Para preparar la llegada del Papa asistíamos a unas catequesis cada mañana. Al principio las hacíamos con nuestros sacerdotes, pero poco a poco los grupos aumentaban y acudíamos a las catequesis que realizaba el cardenal Rouco u otros obispos españoles y sudamericanos, como p. ej. el arzobispo Madariaga. En las parroquias donde nos reuníamos nos acogían estupendamente, se volcaban con nosotros preparándonos café y té con pastas, comida riquísima, huevos de sus granjas, nos regalaban rosarios... Incluso se molestaron encargando autocares para devolvernos a donde dormíamos. Muchas de las parroquias se ofrecían para exponer al Santísimo toda la noche y montábamos turnos para acompañarle.
La peregrinación empezó en Melbourne, allí nos reunimos peregrinos de todo el mundo en un estadio enorme donde nos recibieron el arzobispo de Melbourne y el primer ministro australiano. El ambiente empezaba a animarse cada vez más. Miles de banderas ondeaban inquietas y los cánticos y gritos de apoyo al Papa resonaban en todas las lenguas del mundo.
Antes de partir hacia Camberra tuvimos la Misa de bienvenida en concreto para los jóvenes de la diócesis de Madrid en la catedral, en la que el cardenal Rouco nos animó a empezar este viaje a Cristo bien preparados y como decían nuestros catequistas con un corazón humilde para poder maravillarse de la obra de Dios, que esos días pudimos observar especialmente en maravillosos paisajes, y ardiente de amor a Él y a su Iglesia.
Tras el acogimiento caluroso en la catedral de Camberra partimos fugazmente hacia Sydney. Nos reunimos todos los jóvenes en Barangaroo, el puerto de esta atrayente ciudad. Ahí tuvimos la misa de acogida por el cardenal George Pell que nos agradecía que hubiéramos traido nuestra fe y vitalidad a sus tierras e insistía en la importancia de seguir llevando esa semilla que habíamos recibido con mucha fuerza cuando el encuentro acabara y regresáramos a nuestros hogares. El próximo encuentro en Barangaroo fue ya para recibir al Papa que llegaba en ferry por las aguas del río George desde Darling Harbour. El Papa se sintió calurosamente recibido por tantísimos peregrinos, banderas y bailes de tribus aborígenes. Nos habló de los peligros que tientan hoy en en día a los jóvenes como las drogas, el alcohol, la violencia y el aborto. También habló de la Virgen que nos protegía en todo momento y nos acompañaba para vencer este materialismo del mundo. Volvimos a reunirnos para rezar juntos el Vía Crucis que el Papa presidió desde la Catedral. Luego las escenas de la pasión iban acercándose hasta donde nos encontrábamos por las calles de Sydney y cerca del río. Crucificaron a Jesús muy cerca nuestro en el puerto.
Finalmente llegó el gran día, la vigilía y posterior misa de despedida en el hipódromo de Randwick que se convirtió en el precinto de la Cruz del Sur durante el evento. La Cruz del Sur es de las constelaciones más importantes de esa zona del mundo, y son ésas las estrellas representadas en la bandera australiana. Para empezar bien preparados la peregrinación final fuimos convocados por todos los obispos españoles en una misa en una enorme sala que nos proporcionaron en un hotel. Desde ahí tomamos fuerzas para empezar a caminar cargados con esterilla, saco y una mochila llena de prendas de abrigo para pasar la noche al raso. Recorrimos las calles de la ciudad y luego seguimos por una carretera hasta llegar al precinto. Aquello era enorme, estaba todo perfectamente organizado y coordinado por los miles de voluntarios que había: puestos de distribución de comida, baños, pantallas gigantéscas y puestos donde comprar recuerdos de la Jornada. La vigilia con el Papa fue sobrecogedora, se habló principalmente de los siete dones del Espíritu Santo y se pasó la luz mediante velitas para ilumniar todo el hipódromo.
Más tarde, tuvimos la Bendición al Santísimo, y la Sagrada Forma era de unas magnitudes tan impresionantes que se podía ver desde cualquier rincón del recinto sin la necesida de pantallas para poder adorarle. A la marcha del Papa, el Santísimo fue trasladado a las tres capillas que le guardarían durante toda la noche. Manadas de jóvenes acudían a ellas para acompañarle durante la madrugada y poder confesarse en cualquier idioma. Como en el resto de eventos, hubo diversos conciertos y bailes para animar a los jóvenes tras la despedida del Papa. Al día siguiente despertamos bañados de rocío tras las escasas horas de sueño o incluso nulas, debido a la emoción de toda la noche y demás juerga. El Papa llegó paseándose con el Papamóvil y saludándonos a todos. En la misa de despedida confirmó a veinte jóvenes de diferentes nacionalidades y nos animó a ser profetas de esta nueva era y a pensar en lo que dejábamos a la próxima generación de cristianos. Nos insistió en que abriéramos nuestros corazones a Cristo, que no tuviéramos miedo en decir que sí a Dios y que recibiéramos al Espíritu Santo que nos daba la fuerza y nos permitía formar un solo cuerpo en Cristo. Para despedirnos recitó algunas palabras en cada idioma, en nuestro caso recalcó la importancia de nuestra alegría para anunciar el reino de Cristo. En ese momento tuve la suerte y enorme ayuda de Dios para subir junto a otros cien jóvenes españoles al altar para recibir la grata noticia por boca del Papa: la próxima JMJ tendrá lugar en Madrid, España en el 2011. Ahí tendremos la oportunidad de reencontrarnos para volver a vivir una experiencia de esta magnitud.
Han sido 20 días de peregrinación agotadora, donde poco a poco el grupo se iba ampliando. Empezamos unos pocos de Madrid, seguimos formando un grupo de unos 500 de la diócesis encabezado por el Cardenal Rouco. Luego, nos juntamos con todos los demás hispanos para poder realizar multitudinarias catequesis en español. Y acabamos juntándonos unas 400.000 personas de todas las nacionalidades para la apertura de la Jornada y para, posteriormente, recibir al Papa en cada uno de los eventos organizados. Es fascinante ver la expansión de la Iglesia, cómo llega a tantos lugares recónditos del mundo. La gente te paraba por las calles para preguntarte de dónde eras e intercambiar tanto experiencias como cosas típicas de su lugar de procedencia. Era precioso poder aprender de personas de tan diferentes procedencias que habían trabajado duro e invertido tantísimo para llegar hasta Sydney. Todos convocados por una sola persona: el Papa y movidos por otra, Cristo.
El hecho de ser peregrinos nos ha enseñado a valorar y agradecer todo lo que tenemos, desde una cama y una ducha caliente a un plato de fritos.
Para preparar la llegada del Papa asistíamos a unas catequesis cada mañana. Al principio las hacíamos con nuestros sacerdotes, pero poco a poco los grupos aumentaban y acudíamos a las catequesis que realizaba el cardenal Rouco u otros obispos españoles y sudamericanos, como p. ej. el arzobispo Madariaga. En las parroquias donde nos reuníamos nos acogían estupendamente, se volcaban con nosotros preparándonos café y té con pastas, comida riquísima, huevos de sus granjas, nos regalaban rosarios... Incluso se molestaron encargando autocares para devolvernos a donde dormíamos. Muchas de las parroquias se ofrecían para exponer al Santísimo toda la noche y montábamos turnos para acompañarle.
La peregrinación empezó en Melbourne, allí nos reunimos peregrinos de todo el mundo en un estadio enorme donde nos recibieron el arzobispo de Melbourne y el primer ministro australiano. El ambiente empezaba a animarse cada vez más. Miles de banderas ondeaban inquietas y los cánticos y gritos de apoyo al Papa resonaban en todas las lenguas del mundo.
Antes de partir hacia Camberra tuvimos la Misa de bienvenida en concreto para los jóvenes de la diócesis de Madrid en la catedral, en la que el cardenal Rouco nos animó a empezar este viaje a Cristo bien preparados y como decían nuestros catequistas con un corazón humilde para poder maravillarse de la obra de Dios, que esos días pudimos observar especialmente en maravillosos paisajes, y ardiente de amor a Él y a su Iglesia.
Tras el acogimiento caluroso en la catedral de Camberra partimos fugazmente hacia Sydney. Nos reunimos todos los jóvenes en Barangaroo, el puerto de esta atrayente ciudad. Ahí tuvimos la misa de acogida por el cardenal George Pell que nos agradecía que hubiéramos traido nuestra fe y vitalidad a sus tierras e insistía en la importancia de seguir llevando esa semilla que habíamos recibido con mucha fuerza cuando el encuentro acabara y regresáramos a nuestros hogares. El próximo encuentro en Barangaroo fue ya para recibir al Papa que llegaba en ferry por las aguas del río George desde Darling Harbour. El Papa se sintió calurosamente recibido por tantísimos peregrinos, banderas y bailes de tribus aborígenes. Nos habló de los peligros que tientan hoy en en día a los jóvenes como las drogas, el alcohol, la violencia y el aborto. También habló de la Virgen que nos protegía en todo momento y nos acompañaba para vencer este materialismo del mundo. Volvimos a reunirnos para rezar juntos el Vía Crucis que el Papa presidió desde la Catedral. Luego las escenas de la pasión iban acercándose hasta donde nos encontrábamos por las calles de Sydney y cerca del río. Crucificaron a Jesús muy cerca nuestro en el puerto.
Finalmente llegó el gran día, la vigilía y posterior misa de despedida en el hipódromo de Randwick que se convirtió en el precinto de la Cruz del Sur durante el evento. La Cruz del Sur es de las constelaciones más importantes de esa zona del mundo, y son ésas las estrellas representadas en la bandera australiana. Para empezar bien preparados la peregrinación final fuimos convocados por todos los obispos españoles en una misa en una enorme sala que nos proporcionaron en un hotel. Desde ahí tomamos fuerzas para empezar a caminar cargados con esterilla, saco y una mochila llena de prendas de abrigo para pasar la noche al raso. Recorrimos las calles de la ciudad y luego seguimos por una carretera hasta llegar al precinto. Aquello era enorme, estaba todo perfectamente organizado y coordinado por los miles de voluntarios que había: puestos de distribución de comida, baños, pantallas gigantéscas y puestos donde comprar recuerdos de la Jornada. La vigilia con el Papa fue sobrecogedora, se habló principalmente de los siete dones del Espíritu Santo y se pasó la luz mediante velitas para ilumniar todo el hipódromo.
Más tarde, tuvimos la Bendición al Santísimo, y la Sagrada Forma era de unas magnitudes tan impresionantes que se podía ver desde cualquier rincón del recinto sin la necesida de pantallas para poder adorarle. A la marcha del Papa, el Santísimo fue trasladado a las tres capillas que le guardarían durante toda la noche. Manadas de jóvenes acudían a ellas para acompañarle durante la madrugada y poder confesarse en cualquier idioma. Como en el resto de eventos, hubo diversos conciertos y bailes para animar a los jóvenes tras la despedida del Papa. Al día siguiente despertamos bañados de rocío tras las escasas horas de sueño o incluso nulas, debido a la emoción de toda la noche y demás juerga. El Papa llegó paseándose con el Papamóvil y saludándonos a todos. En la misa de despedida confirmó a veinte jóvenes de diferentes nacionalidades y nos animó a ser profetas de esta nueva era y a pensar en lo que dejábamos a la próxima generación de cristianos. Nos insistió en que abriéramos nuestros corazones a Cristo, que no tuviéramos miedo en decir que sí a Dios y que recibiéramos al Espíritu Santo que nos daba la fuerza y nos permitía formar un solo cuerpo en Cristo. Para despedirnos recitó algunas palabras en cada idioma, en nuestro caso recalcó la importancia de nuestra alegría para anunciar el reino de Cristo. En ese momento tuve la suerte y enorme ayuda de Dios para subir junto a otros cien jóvenes españoles al altar para recibir la grata noticia por boca del Papa: la próxima JMJ tendrá lugar en Madrid, España en el 2011. Ahí tendremos la oportunidad de reencontrarnos para volver a vivir una experiencia de esta magnitud.
